martes, 29 de abril de 2014

Un amor sin fronteras

Siempre me ha gustado pasear por el campo. Estar encerrada me agobia. Necesito oler la hierba y ver el cielo.
Estaba dando uno de esos paseos cuando le conocí. Era diferente a todos los que había conocido hasta entonces. Tenía un aspecto salvaje que me cautivó desde el principio.
Nos volvimos a ver varias veces y un día accedí a ver dónde vivía. Al llegar al sitio, me sorprendí. Esperaba que me guiara de vuelta al pueblo, pero resultó que vivía en mitad del monte. Fue allí donde finalmente sucumbimos a la pasión.
Temía que, después de aquello, desapareciera, pero no fue así. Siempre que iba a dar un paseo, allí estaba él, dispuesto a acompañarme.
Al cabo de algún tiempo, me di cuenta de que estaba engordando. Llegó un momento en el que casi no podía andar, así que tuve que cancelar mis escapadas al campo para verle. Finalmente, nacieron mis siete pequeños. Son mitad cerdo vietnamita, como yo, y mitad jabalí salvaje, como su padre.
Mi dueño quedó muy asombrado al verlos y temí que se deshiciera de ellos, pero no fue así. Ha sido muy bueno y comprensivo.
Hace un par de semanas, no sé cómo, él me encontró. Desde entonces, ha vuelto varias veces para ver a sus hijos y mi dueño siempre le recibe con un plato de comida.