domingo, 2 de diciembre de 2012

Un alto en el camino

Salí cabreado del hostal. No con el dueño, que no tenía la culpa de que no quedaran habitaciones. Simplemente me puse de mal humor. La pobre Clara, que me esperaba en el coche, tuvo que aguantar mis gritos.
Estábamos muy cansados después de todo el día de viaje y ahora teníamos que seguir hasta el siguiente pueblo. Para colmo de males empezó a llover. Clara me dijo que fuera más despacio, que era peligroso. Pero no le hice caso. Quería llegar cuanto antes para darme una ducha caliente y dormir. Todavía nos quedaba un largo viaje al día siguiente.
El camino era de tierra y no tardó en embarrarse. Empezaron a oírse truenos no muy lejanos. Teníamos que llegar a algún sitio en el que resguardarnos antes de que nos alcanzase la tormenta.
De pronto oí un golpe al tiempo que el coche se paraba. No entendía qué había pasado, casi no veía. Giré la cabeza y encontré a Clara con sangre por toda la cara. Yo no sabía de dónde salía.
Cuando pude reaccionar, saqué un pañuelo del bolsillo y le limpié. Localicé una herida en la frente. Pero no tenía con qué curarla. Los truenos se oían cada vez más cerca.
Me sentía culpable. Debería haberle hecho caso e ir más despacio. Ahora el coche estaba estampado contra un árbol en mitad de ninguna parte. Como sospechaba, no había cobertura. Salí y la saqué a ella como pude. Por fortuna, no había perdido el conocimiento. Nos pusimos los chaquetones, cogí un paraguas, cerré el coche y nos pusimos en marcha. La cogí del brazo, pues la sangre le goteaba hasta los ojos y no podía mantenerlos abiertos. Había que llegar al pueblo cuyas luces ya se veían. Calculé que estábamos a menos de un kilómetro. Avanzábamos despacio, pero sin detenernos.
Llegamos al pueblo y lo encontramos desierto. Deambulamos un rato en busca de un hostal o cualquier otro sitio donde curar la herida de Clara y dormir. Finalmente, una mujer, que nos vio desde su ventana, me ayudó y nos dejó pasar la noche en su casa. Dormimos en un sofá frente a una chimenea apagada pero aún humeante. Le estaré eternamente agradecido a aquella anciana de gesto amable.