viernes, 15 de octubre de 2010

Desaparecida

Carlos llegó a casa arrastrando los pies por el cansancio. Como cada día, encontró a su mujer terminando de prepara la cena y a Carlota jugando, en esta ocasión con una muñeca. Le extrañó que Daniela no hubiera llegado todavía, pero no le dio mucha importancia. Ese verano estaba trabajando en una cafetería y a veces salía tarde. Las besó a las dos y fue a cambiarse de ropa.
Cuando volvió a la cocina, Ángela ya había servido los platos y miraba el reloj con los labios apretados y el ceño fruncido.
−¿No ha llegado Daniela?
−No. Debería estar aquí hace más de media hora.
−Tranquila, se habrá entretenido un poco.
Entre cucharada y cucharada, Ángela miraba hacia la puerta, luego el reloj y de nuevo la puerta, pero vaciaron los platos sin que su hija apareciera.
−Esto ya no es normal –Carlos se levantó de pronto−. Voy a llamarla a ver si lleva el móvil.
Ángela se puso de pie y vio cómo su marido marcaba el número. Lo observó caminar de un lado a otro de la habitación con el teléfono pegado a la oreja.
−Apagado o fuera de cobertura –no se dio cuenta de que lo había dicho gritando.

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