Ella era unos años mayor que yo, que por aquel entonces acababa de cumplir veintiuno. Se llamaba Aída. Era muy guapa, alta, morena y de ojos verdes. Además, ese día iba especialmente sexy, con un vestido rojo muy ajustado y unos tacones negros bastante altos. Mis primos no dejaban de mirarle el escote. Sin embargo, a ella no parecía importarle. Como tampoco le molestó que mi abuelo pusiera la mano en su pierna.
Al día siguiente, me dejó. Lo cierto es que yo también creía que nuestra relación no iba bien, así que no me hubiera importado de no ser porque me dejó por la última persona que me hubiera imaginado: mi abuelo. Tan solo unas semanas después se casaron. A los pocos meses, mi abuelo murió. Aída heredó un par de millones de euros, una gran casa y dos coches de lujo. Todos dicen que es rencor, pero yo sigo pensando que fue una muerte muy extraña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario