sábado, 17 de julio de 2010

Recuerdos enlatados

El calor y el aburrimiento estaban acabando con él. Tenía la ventana abierta, pero no entraba la más mínima brisa. No sabía cómo matar el tiempo. Hacía rato que había desechado la idea de salir a la calle, porque el bochorno era insoportable. Nunca había visto al segundero moverse tan despacio. Los minutos no pasaban. Paseando la mirada por la habitación se fijó en la caja que había en la última leja de la estantería. Se levantó, sorprendido de no haberse quedado pegado al sofá, y la cogió. Sólo el olor que salió de ella al abrirla fue suficiente para transportarle a su infancia.

Empezó a sacar lo que había en su interior. Lo primero que encontró fue una nota de su hermano. Tenía más faltas de ortografía que letras, pero recordar cómo se le había ocurrido que así podían hablar cuando sus padres los castigaban hizo que una melancólica sonrisa se dibujara es su cara. Le entristeció, más de lo que hubiera imaginado, pensar que habían pasado de buscar formas de comunicarse pasara lo que pasara a ni tan siquiera hablarse. Hacía años que no sabía nada de él. No se llamaban por teléfono. Ni se veían en Navidad. Nada.

Lo siguiente que salió fue una fotografía de ellos dos en la nieve. Recordaba aquel día. A él le daba miedo que el coche se quedara atrapado en medio de la sierra. Su hermano le dio la mano para que se sintiera mejor. Parecía una tontería, pero funcionó. Entonces decidió coger el teléfono. Dudo un segundo si marcar, pero finalmente lo hizo.

−Diga.

−¿Pablo? Hola. Soy yo, Nacho −Los dos guardaron silencio durante unos segundos que parecieron eternos− .Lo siento.

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