viernes, 6 de agosto de 2010

El guiñol

Jaime no podía borrar la sonrisa que se había dibujado en su cara esa tarde cuando su padre le dijo que iría a ver un teatro de marionetas. Acababa de cumplir los tres años y no recordaba haber visto nunca nada parecido. Sus padres se quedarían en casa con su hermano porque era demasiado pequeño, pero no le importaba. Su abuelo lo había prometido y le llevaría a verlo.

Ya era casi la hora, así que bajaron al coche. Jaime fue todo el camino asomado a la ventanilla. Le daba miedo que empezara antes de que ellos llegaran, pues no quería perderse nada.

Al fin encontraron aparcamiento y fueron a sentarse en el cesped. Entonces comenzó el espectáculo. Con la primera aparición en escena Jaime empezó a llorar. Estaban demasiado cerca y el muñeco era muy feo. Por más que lo intentó, no pudo meterse en el bolsillo de su abuelo.

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