domingo, 8 de agosto de 2010

La espera

Cuando entré en la estación faltaban aún veinte minutos para que llegase el tren, así que había a penas treinta personas. Me compré unas palomitas de maíz y me senté en un banco. Estuve observando a la gente. Me di cuenta de que muy pocos llevaban maletas. Por el contrario, sí había muchas personas que, como yo, esperaban de pie o sentadas. Otros entraban y salían de las pocas tiendas que había.

Al rato, me di cuenta de que había empezado a dar golpecitos en el suelo con los pies. Puse atención cuando escuché la megafonía, pero era sólo el anuncio del siguiente autobús. Cada pocos segundos miraba el panel para ver cuánto quedaba para la llegada del tren. Todavía faltaban quince minutos. No podía creer que sólo hubieran pasado cinco.

Sonó mi teléfono y al ir a cogerlo me hice daño en la muñeca que tenía vendada. Para colmo, empezó a llegar más gente y alguien me dio un golpe al pasar junto a mí. Cuando logré sacar el teléfono, ya había colgado. Era ella. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si había perdido el tren? Mil ideas pasaron por mi cabeza mientras marcaba su número.

La estación empezaba a llenarse y muchos se quedaron mirándome cuando, al oír su voz, se me cayeron las pocas palomitas que me quedaban. Intenté esconderlas bajo el banco dándoles patadas mientras ella me decía que ya estaba llegando, que no me preocupara si no había podido escaparme del trabajo. Preferí no decirle que ya estaba allí para darle una sorpresa.

Los diez minutos siguientes fueron eternos. Me levanté y empecé a dar vueltas por la estación. Pude oír conversaciones en distintos idiomas. Todo el mundo iba a su ritmo, sin fijarse en los demás. Me volví a sentar. Y entonces la megafonía anunció la llegada de su tren. Ésta vez sí.

Al fin la vi aparecer entre la multitud. Estaba más guapa que cuando se fue. Le habían sentado bien las vacaciones con sus amigas. Caminaba sonriente tirando de una maleta que debía de pesar cinco veces más que ella. Estaba morena y le brillaban lo ojos.

Y entonces vi que le cogía la mano a alguien. Era alto, moreno y de ojos azules. Tenía una sonrisa de anuncio y caminaba con elegancia a pesar de ir cargado de bolsas y maletas. Me quedé inmovil, con la boca abierta y los ojos a punto de salirseme de las órbitas. Cuando pude reaccionar comprendí que no sabría cómo enfrentarme a ellos, así que me fui sin que me vieran.

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