Pedro estaba estupefacto por como ella había asumido que tenían que buscar una solución juntos a pesar de que no se habían visto nunca.
−Yo soy Pedro y él Golfo. Creo que sería mejor tocar a un timbre.
Y así lo hicieron. En lugar de preguntar quién llamaba, alguien les abrió la puerta.
−Toca otra vez. –sugirió él.
−No. Vamos a entrar.
La siguió sin estar muy convencido. Subieron la escalera y, en el primer piso, encontraron la puerta entreabierta.
−¿Hola? –se asomó María.
−Aquí. –oyeron una tenue voz al final del pasillo.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para ver a pesar de la oscuridad, descubrieron a un hombre con la camisa ensangrentada. Había un rastro que venía de la habitación de enfrente y una mancha en la pared hasta el portero automático.
−Creía que nunca llegaríais. –dijo el hombre con un gran esfuerzo.
−¿Le conoces? –le susurró Pedro a María.
−No.
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