Estaba amaneciendo cuando Elena abrió la ventana. El frío le hizo estremecerse, pero eso no podía detenerla. Levantó a los niños y les dio lo poco que tenía para el desayuno. Se vistió y ocultó la mercancía bajo la ropa, como hacía siempre. Rezó una vez más para que no la pillasen y para que Héctor volviese pronto… o al menos volviese.
Con el pequeño en brazos y Herminia de la mano, salió a la calle. Cuando llegaron al mercado se situó junto a la entrada. Poco a poco iban llegando mujeres. Unas le pagaban con dinero y otras le cambiaban sus productos por otros.
Aquel día, cuando llegó a casa no podía creer lo que veía. ¡Al fin estaba allí! Corrió a abrazarle, pero él la apartó.
−¿Dónde estabas?
Elena le explicó a su marido cómo había conseguido salir a delante gracias al estraperlo. Le contó qué una vecina le había comentado que a ella le iba bien y le había puesto en contacto con una amiga suya que traía los productos en tren. Pero él, lejos de agradecerle el esfuerzo, le dio una bofetada.
Si muchas siguiera su ejemplo, todos seríamos un poco más felices.
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