martes, 24 de agosto de 2010

Esperando el mañana

Como cada mañana, Julia se levantó a las siete para ir a trabajar. Desayunó deprisa, se vistió todo lo rápido que pudo y bajó al coche. El tráfico le ponía de los nervios y encima en la radio sonaba la misma canción que ponían a todas horas. Cuando llegó a la oficina, encendió el ordenador. Se pasaba toda la mañana allí, sentada frente a la pantalla.

Ya eran las doce en punto. ¡Qué ganas tenía de que fueran las dos para poder irse a casa! Las piernas se le habían dormido y estaba cansada de que Luis le insinuara que saliera con él.

Al fin eran las dos. Se fue a casa y, después de comer, llamó a unos amigos para quedar el fin de semana. Estaba deseando verles.

El sábado fueron a una cafetería. Se sentaron los seis en una mesa y estuvieron planificando las vacaciones. Mientras tomaban una taza de humeante café decidieron que ese año alquilarían una casita en la montaña.

Una noche que no podía dormir, Julia estuvo pensando en cómo era su vida. Se dio cuenta de que siempre tenía prisa, se pasaba el tiempo esperando que llegara otro momento mejor y nunca hacía nada improvisado. Estos pensamientos le hicieron más difícil conciliar el sueño, por lo que cuando sonó el despertador solamente había echado una cabezada.

– Hola. – se acercó Luis una vez más.

– Buenos días. – contestó ella con una sonrisa poco habitual.

– ¿Qué vas a hacer este fin de semana?

– No tengo ningún plan. Todavía…

Luis no sabía cómo sugerirle una cita. Era la primera vez que se lo ponía tan fácil.

– ¿Y tú?

– Tampoco. Podríamos hacer algo… juntos. – Luis temió haber estropeado aquella oportunidad por ser demasiado precipitado.

– Está bien. Me han hablado de un restaurante nuevo y me gustaría probarlo. ¿Vamos el viernes?

Luis no daba crédito a sus oídos. Aquello tenía que ser un sueño. Pero si lo era, no quería despertar nunca.

1 comentario:

  1. Muy bonito, solo que algunos esperamos el mañana sin arriesgar y no tenemos tanta suerte de que nos lo pongan en bandeja de plata.

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