“Además, me voy a chivar.” Esa frase se repetía en mi cabeza una y otra vez. Cuando mis padres se enteraran me regañarían y quizás no me dejaran salir a jugar.
−Marcelo, ven. –la voz de mi madre sonó seria, pero, ¿cómo era posible que ya supiese lo que había pasado?
Cuando entré en la cocina la encontré sentada en una silla y con los ojos enrojecidos.
−Cariño… Papá ha tenido un accidente con el coche. Está muy malito.
−No llores mami. Veras como se pone bien.
−Pero tenemos que estar preparados por si eso no sucede.
A mis siete años, todo lo que hacía unos segundos me parecían problemas ahora me daba cuenta de que eran tonterías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario